ÁNGEL PASCUAL RODRIGO

PORTADA    |    CURRICULUM    |    PINTURAS    |    GRAFICA  |   CARTELES Y POSTERS

   EXPOSICIONES    |   TEXTOS    |   CLASES    |    ENLACES    |    VIDEOS

 

TECHNICOLOR En busca del Monte Perdido

26 de noviembre al 23 de diciembre de 2014

galería a del arte

C/ Fita, 19 · 50005 · ZARAGOZA

Vídeo

Praderas de technicolor

Juan José Flores


Desde que dejé libre a mi caballo, transito a pie por unos senderos que, a veces, serpentean por la ladera, entre arbustos que parecen camuflar mi presencia, pero que en realidad me amparan. Quizás sea un acto de humildad ese descabalgarse, sentir la densidad del camino y de mis pasos. Ya no busco orientación —¿para qué la querría?—, y solamente ansío los claros y los oteros para saturarme aún más de paisaje y de colores. Sí, el color. Cuando desciendo hasta la ribera del río, encuentro ahí un frescor desconocido para mí, una paz que me anima a lavar la herida.


Recuerdo cuando emprendí este camino. Quizás me impulsó un anhelo de héroe antiguo: conocer lo que había fuera de mi mundo, explorar más allá de las fronteras de aquella vida. Un sueño ajeno me llamó por mi nombre, de un modo misterioso —todo sueño lo es— y decidí responderle. No faltó quien, en la linde misma de dos mundos, me advirtiera a gritos: «¡Shane! ¡Detente! No puedes existir verdaderamente fuera de aquí. Eres un ser de celuloide, una ficción tejida de sombras. Eres una transparencia que una luz desconocida anima y da color. La película concluyó. Cumpliste con tu papel, salvaste a los indefensos, venciste a los villanos, fuiste amado, admirado y odiado. Pero te hirieron al final. En estos fotogramas, solamente puedes cabalgar, por siempre, hacia un crepúsculo, también de celuloide, que nadie de aquí sabe si posee límite alguno». Mi caballo dio un respingo, su instinto se resistía a aquel salto que le proponía, y tuve que soltarlo en aquellas praderas de technicolor, donde había nacido, cuando abandoné aquel último fotograma.


Tantas veces me había preguntado de dónde venía todo aquel color que teñía la llanura y las montañas. Quizás no se equivoquen quienes piensan que escapé de allí. Vi mi oportunidad, aquellos otros colores —sí, el color: tal vez allí hallaría su fuente—, otras laderas y picos que soñaban otra nieve, otro río. «¡Es también una ficción! —me gritaron los últimos agoreros del desconsuelo— Eso son cuadros, de nuevo sombras y color que alguien imaginó». Así que el sueño que me había llamado era el de un pintor, me dije. Algunos nombres escuchados al llegar me cautivaron. «Valle del Añisclo», donde bebí y lavé mi herida, «Monte Perdido». Todo aquí es distinto. No poseo ni necesito el movimiento que antes me animaba, ni siquiera su rastro, sino algo anterior a él que podría ser su presagio, su arquetipo. Es sobre todo el paisaje lo que me define ahora, me penetra, siento su densidad, su solidez, el peso de su existencia y la mía —antes tan evanescente—; la noto en el corazón, en mi herida. Aquí el color tiene peso y la luz es fluida como un río, una corriente que me lleva, me sostiene y me alimenta; me fundo en ella. ¿Podrá curarme la herida quien soñó estos cuadros? Una parte de mí no regresará ya a aquel último fotograma del que escapé, a las praderas de Wyoming. Nadie notará mi ausencia en él. Seguiré avanzando aquí, como peregrino, por las laderas de este pintado Monte Perdido, que no solamente pide ascensión, sino que ofrece verdadero cobijo. Ahora, inmerso en este paisaje que me define, desaparecido en él, pienso en la transparencia de technicolor que fui, cuando aún ignoraba que mi verdadera esencia era la luz y sólo la luz, como la de estos cuadros, como la de todo color. Sí, el color.





Ángel Pascual Rodrigo y Juan José Flores caminaron en octubre de 2007 a través del Cañón de Añisclo con la mirada volcada en una colaboración creativa.

Después de siete años de aquel caminar hacia el Monte Perdido, aquella mirada compartida ha dado lugar a esta exposición secuencial de Ángel Pascual Rodrigo, en cuyos papeles y telas confluyen otras historias que el prólogo de Juan José Flores sugiere.

La dedicación de Ángel Pascual a Añisclo es un continuo leit motiv en su obra desde 1980, cuando dedicó a Marco Pallis dos de sus creaciones sobre el tema y convirtió a uno de sus árboles en icono de ese cañón.


Juan José Flores

Nació el año 1955 en Barcelona.

Es licenciado en Biología por la Universidad Central de Barcelona. Ha ejercido como corrector de estilo de la editorial Anthropos y como profesor de dicha materia en la academia del mismo nombre.

Sus obras desentrañan mundos sutiles a los que su prosa henchida de texturas introduce de modo paulatino e imperceptible desde aparentes realidades cotidianas.

Ha publicado 4 novelas y un libro de relatos:


«El corazón del héroe».

Editorial Alfaguara, 2009


«Todas las primaveras».

Editorial Alfaguara, 2005


«En el umbral».

Editorial Edhasa, 2002


«Como un ángel herido».

Editorial Thassàlia, 1997


«Vida de perro».

Editorial Menoscuarto, 2007.